Los últimos diez años me han permitido madurar conceptos y criterios en lo relacionado con la desnutrición en la práctica clínica. Muchos hemos luchado por controlarla, pero no es demasiado lo avanzado en realidad ya que persiste en nuestros hospitales y residencias, e incluso aumenta su prevalencia a causa del envejecimiento de la población. Insisto en denominarla Desnutrición Clínica porque no solo es hospitalaria pues se presenta antes y persiste después de la hospitalización, reforzada por ésta y lo que implica en cambios de hábitos y el efecto de los tratamientos. Sugiero también que el riesgo no es, no está en la desnutrición, sino en la alteración del equilibrio nutricional provocado por los elementos citados y tiene un nombre que lo define: trofopatía, que es la alteración del trofismo o del normal funcionamiento del equilibrio nutricional. Esta alteración es el prolegómeno de la desnutrición clínica y sus repercusiones anatómicas. La alteración de este equilibrio se produce en el medio interno, repercutiendo en la nutrición celular y tisular. Y como se manifiesta simultáneamente en el plasma sanguíneo, es ahí donde debemos buscarla. Nuevas técnicas terapéuticas facilitan tratamientos anteriormente impensables, pero suponen un incremento de riesgos que es necesario controlar frecuentemente para conseguir un balance positivo de resultados. Enfermedad y tratamiento atentan contra la homeostasis, repercutiendo sobre el deseable equilibrio nutricional, pilar básico para conseguir o recuperar la capacidad de restauración de la salud. Amén de la acción directa saludable del procedimiento terapéutico sobre la enfermedad, hemos de contar con el adecuado soporte nutricional para reducir riesgos derivados del desequilibrio nutricional. La disponibilidad de sistemas automáticos para la predicción y el seguimiento del riesgo en el episodio clínico facilita su control, desde la detección precoz a su solución, con mayor dominio de la evolución