La formulación bioética más extendida en el mundo sanitario es la conocida como principialista, basada en la definición de tres (o cuatro) principios: beneficencia (y no maleficencia según algunos autores), justicia y autonomía. A pesar de las múltiples críticas recibidas, dicha propuesta no ha hecho sino enriquecerse y consolidarse como referente del análisis bioético occidental. Y ello puede no ser casual, pues su estructura reproduce la ordenación social en Occidente y los elementos fundamentales recogidos en las teorías del contrato social. De ahí que la actividad sanitaria, y, dentro de ella, la práctica médica, puedan ser consideradas como actividades con una clara inserción social, subsidiarias, por tanto, de un análisis ético que vaya más allá de los estrechos márgenes de la ética profesional. El esquema tridimensional al que apuntan los principios de la bioética nos puede servir, además, para aproximarnos a la identidad profesional del médico, en cuya fundamentación no es imprescindible incluir la dimensión vocacional, puesto que la exigencia de compromiso con los valores de la práctica médica está justificada siempre desde la definición social de la misma.