Clostridium difficile es una bacteria anaerobia, formadora de esporas y grampositiva, que provoca infecciones gastrointestinales graves, especialmente en entornos hospitalarios. La infección por C. difficile (ICD) se relaciona con el uso de antibióticos que alteran la microbiota intestinal, permitiendo la proliferación de la bacteria y la producción de toxinas que dañan la mucosa intestinal.
Los principales factores de riesgo incluyen el uso reciente de antibióticos, la hospitalización prolongada y la edad avanzada. Aunque originalmente se consideraba una infección nosocomial, C. difficile ha comenzado a afectar a personas en la comunidad sin factores de riesgo tradicionales.
La presentación clínica de la ICD varía desde diarrea leve hasta colitis fulminante, que puede incluir megacolon tóxico y shock séptico. La recurrencia de la ICD es común, afectando a entre el 20% y el 30% de los pacientes después del tratamiento inicial. El diagnóstico se basa en la combinación de síntomas clínicos y pruebas de laboratorio, como la detección de toxinas en heces y pruebas de amplificación de ácidos nucleicos.
La transmisión de la bacteria es por vía fecal-oral, es por ello por lo que la principal medida de prevención de la ICD se enfoca en la higiene de manos. Añadido a la desinfección de superficies con productos que eliminan esporas y el uso prudente de antibióticos asociados a la toma de probióticos durante el tratamiento.
El tratamiento varía según la gravedad de la enfermedad; en casos leves, se utilizan antibióticos como la vancomicina o el metronidazol. Por otro lado, la fidaxomicina se reserva para reducir la recurrencia. En casos graves, puede ser necesaria la cirugía. El trasplante de microbiota fecal ha mostrado eficacia en la prevención de recurrencias en pacientes con ICD recurrente.
La infección por C. difficile representa un desafío importante para la salud pública, debido a su creciente incidencia, la aparición de cepas hipervirulentas y su alta tasa de recurrencia.
Clostridium difficile is an anaerobic, spore-forming, gram-positive bacterium that causes severe gastrointestinal infections, especially in hospital settings. C. difficile infection (CDI) is associated with the use of antibiotics that disrupt the gut microbiota, allowing the bacteria to proliferate and produce toxins that damage the intestinal mucosa. The main risk factors include recent antibiotic use, prolonged hospitalization, and advanced age. Although initially considered a nosocomial infection, C. difficile has begun to affect people in the community without traditional risk factors.
The clinical presentation of CDI ranges from mild diarrhea to fulminant colitis, which may include toxic megacolon and septic shock. Recurrence of CDI is common, affecting between 20% and 30% of patients after initial treatment. Diagnosis is based on a combination of clinical symptoms and laboratory tests, such as toxin detection in stool samples and nucleic acid amplification tests.
The bacterium is transmitted via the fecal-oral route, which is why hand hygiene is the primary preventive measure for CDI. This is supplemented by the disinfection of surfaces with products that eliminate spores and the prudent use of antibiotics, often in conjunction with probiotics during treatment.
Treatment varies depending on the severity of the disease; in mild cases, antibiotics such as vancomycin or metronidazole are used. On the other hand, fidaxomicin is reserved for reducing recurrence. In severe cases, surgery may be necessary. Fecal microbiota transplantation has shown efficacy in preventing recurrences in patients with recurrent CDI.
Clostridium difficile infection represents a significant public health challenge due to its increasing incidence, the emergence of hypervirulent strains, and its high recurrence rate.