La vida está hecha de experiencias que van transformando a la persona constantemente, expuesta a estímulos y vicisitudes que provocan una continua adaptación y que le muestra su propia vulnerabilidad. La interconexión global, los avances científico-técnicos, los movimientos migratorios y la heterogeneidad cultural engendran un mundo incierto e inestable.
La medicina, que evoluciona pareja a esta realidad, también está sometida a estos influjos, y es contingente que dé una respuesta y amplíe su mirada a la hora de escuchar las necesidades de la persona cuando en este contexto actual solicita atención clínica.
¿Qué nos define como ser humano? ¿Qué se trastoca en la adversidad de una crisis existencial producida por la enfermedad, la pérdida o ante los últimos días de vida? En este escenario, la pérdida de sentido y significado vital trasciende más allá de un componente filosófico y sólo abordable en la intimidad de la persona, sino que afecta en la toma de decisiones clínicas y supone un factor decisivo en el afrontamiento de la enfermedad y la muerte en el entorno clínico.
La clave tal vez está en el cuidado de la dimensión espiritual que se muestra como necesidad que atender y cuidar, pero también como fuente permanente de recursos para enfrentarse a las dificultades venideras.