Santiago, Chile
La educación en sí misma pretende la modificación de la conducta del individuo; si esta afirmación la trasladamos al campo de la salud, se podría decir que estos cambios de conducta tienden a modificar hábitos de vida nocivos para la salud y convertirlos en hábitos saludables. Tanto la OPS como D. Orem, concuerdan que la educación en salud promueve el desarrollo y el bienestar de la persona, quien debe hacerse cargo de sus cuidados e identificar los factores determinantes en pos de la salud. Ahora bien, la persona mayor es capaz de modificar conductas propias, entendiendo que su ganancial generacional puede jugar en contra a la hora de evidenciar ciertos hábitos nocivos. Ciertamente, es posible, toda vez que como agentes de salud seamos capaces de usar toda la experticia y sabiduría del adulto mayor para ejemplificar y justificar cambios positivos. El éxito radica en una buena valoración inicial, determinar necesidades individuales y grupales, para así planificar y ejecutar una educación dirigida y acorde a las carencias del grupo, por lo que es fundamental apuntar al fortalecimiento de la autoestima, así lo plantea C. D. Ryff, quien propone que el bienestar psicológico es fundamental para mejorar autonomía, dominio del entorno, autoaceptación, crecimiento personal, propósito de vida y relaciones positivas y, por consiguiente, calidad de vida.