Dicen que la ignorancia es atrevida y, por ello, sin saber demasiado acerca de las Unidades de Cuidados Paliativos (UCP), decidí realizar mi período de prácticas en una de ellas. Al llegar a tercer curso, la mayoría de los compañeros y compañeras de clase prefieren formarse en los Servicios de Urgencias o en las Unidades de Cuidados Intensivos. Suelen asegurar que es donde más se aprende. Sin embargo, el paso anterior por la planta de oncología despertó en mí la curiosidad de conocer de cerca la última etapa en el proceso asistencial.
Uno deja volar la imaginación antes de llegar allí y acuden a su mente imágenes que no se alejan mucho de ese "corredor de la muerte" que de vez en cuando muestran las películas norteamericanas. Un lugar, estas UCP, donde esperar con pesadumbre que se ejecute la pena capital, sin la esperanza de que el gobernador del Estado aplace la sentencia. Un pasillo en el que los ingresados cambian el buzo naranja por un camisón blanco de hospital y en el que el gobernador en cuestión es un médico que administra como puede un tiempo que se escapa.
Pero, sin embargo, todas esas elucubraciones se desvanecen por completo al poco tiempo de conocer de cerca la labor que se desarrolla en una Unidad de este tipo.