Manuel Amezcua Martínez
En el verano de 1993 tuve la ocasión de recorrer algunos de los lugares más señeros de la región de Murcia acompañado del profesor Francisco Flores Arroyuelo. El antropólogo murciano es conocido por ser el mejor biógrafo español del diablo, ese ser misterioso y multifacético que viene animando el panorama mental de los pueblos desde las culturas más antiguas.1 Curioseando en iglesias y santuarios, Flores Arroyuelo me mostraba, no sin cierta excitación, los rastros que del maligno quedaban impresos en los templos más venerables. Y era verdad, allí podía verse su burlesca figura entre los ornamentos sagrados, asomando sus cornamentas entre las volutas de los retablos, fustigando con sus trastadas a los padres de la Iglesia, tentando a las vírgenes, vomitando chorros de agua por las gárgolas grutescas. Su figura de cabrón redomado se pasea como si tal cosa por los lugares donde pueda sobornar al incauto cristiano [Fragmento de texto].