Uno de los primeros desafíos para aquellos a los que nos toca acompañar vidas heridas es aprender a mirar con hondura el corazón, tanto el ajeno como el propio. Mirar con la mayor hondura posible el corazón del otro, pero también nuestro propio corazón.
Es evidente que vamos por la vida proyectando nuestras necesidades a los demás y hay que hacer un ejercicio de una cierta honestidad con uno mismo antes de comenzar a atender a los demás. Esta honestidad va a suponer una ayuda mayor y mejor. Es evidente que vivimos en la cultura de las redes sociales. Una cultura de la conexión, aunque no de la relación. Somos esclavos de los likes. Lugares y espacios en los que solo parece aflorar la alegría ruidosa. Lo "guay del momento". No las horas muertas. Ni las experiencias dolorosas. Se está, pero sin vínculo ni compromiso. Como seres que vivieran en el "país de las maravillas". Sin embargo, en estos momentos vivir la vida con profundidad es más necesario que nunca. No se trata de llenarla de cualquier forma. Con cualquier contenido. Se trata de dotarla de sentido para uno mismo y para los demás.