Sentado en una cómoda butaca, en la penumbra que produce un haz de luz multicolor al chocar contra una enorme y blanca pantalla y envuelto por un nítido y potente sonido, el espectador siente que se traslada a otra dimensión. Inconscientemente se sumerge en una historia en la que no distingue lo real de lo ficticio. Es el milagro del cine, es la Historia interminable. Un fragmento de esa carrera hacia la muerte que se llama vida, incluso la mencionada meta, de unos personajes es el contenido de la historia. Para que la unión con la otra dimensión sea total, es necesario que esa narración inventada sea interesante y este bien contada.
En la selva africana un brote de una enfermedad infecciosa está aniquilando a los habitantes de un poblado; en lugar de recibir ayuda sanitaria son aniquilados, ¿para evitar la expansión del brote o para ocultar algún motivo inconfesable? Un mono es testigo del hecho. La cámara se aproxima a un centro de investigación médica de la armada de los Estados Unidos, penetra en él, se desliza por sus pasillos, llega a los laboratorios, unas letras sobreimpresas explican lo que muestran las imágenes, nivel 1…, hasta el nivel 4, donde la fuerza de los trajes de seguridad biológica hacen innecesaria toda explicación, que a pesar de ello se produce por motivos de coherencia narrativa. Todo esto acontece durante los créditos de Estallido (1995) de Wolfgang Petersen mientras que la acción, durante el planteamiento, va hacia la vida de sus protagonistas, los doctores Daniels (Dustin Hoffman) y Keough (Rene Russo). Desde que se apagó la luz de la sala tan solo han transcurrido unos minutos y los espectadores, aun desconociendo la trama, ya se han puesto en contacto con el brote de una enfermedad infecciosa y ni la mejor lección magistral podría haberles transmitido de forma más explícita los niveles de seguridad biológica que existen. Probablemente solo los sanitarios que trabajan con agentes biológicos habrán percibido conscientemente los detalles; el público en general seguramente ha sentido que las imágenes le llevaban, progresivamente, a lugares cada vez más peligrosos hasta alcanzar el de mayor riesgo de un centro de investigación de agentes patógenos. La película ha informado, y lo ha hecho bien, de dos hechos sanitarios a multitud de personas. Este ejemplo demuestra que el séptimo arte es un poderosísimo medio de comunicación de masas.
La pareja de sanitarios acaba de cenar; él se acerca al lector de DVD, presiona el interruptor de encendido, luego al de apertura, pone un DVD en la bandeja recién salida, de nuevo toca la tecla para que el reproductor recoja el disco y presiona en el mando a distancia el botón de reproducir. De nuevo aparecen en la pantalla, en esta ocasión de un televisor de 40 pulgadas, las imágenes comentadas.
Cuando Daniels y Keough se reúnen, ella comenta:
¡Para! ¿Te has fijado? ¡Retrocede! Días después este fragmento es reproducido en el aula de una Universidad y probablemente los alumnos nunca se aproximarán mejor a lo que son los niveles de seguridad biológica.
Un profesor de ética termina su lección diciendo primum non nocere, recordando a Thomas Sydenham (1624–1689). Antes ha comentado a sus alumnos, analizando la película Estallido, que no es lícito para un sanitario, bajo ningún concepto, participar ni permitir el exterminio de una población para controlar una epidemia.
Volviendo a la película, la acción en realidad comienza con el encuentro de los protagonistas, una pareja de médicos, hombre y mujer, y refleja a la perfección la realidad actual de esta profesión en los países desarrollados, la igualdad de los profesionales sin tener en cuenta el sexo. Los espectadores asistirán a continuación a distintos aspectos de la actuación de éstos y otros profesionales sanitarios.
Pasan los minutos y un nuevo comunicado es enviado hacia las neuronas de los asistentes: el que hay enfermedades que provienen de otros continentes y que, transmitidas por animales pueden irrumpir con fuerza en las poblaciones del primer mundo. Son tan importantes que hasta se publica una revista profesional exclusivamente dedicada a ellas, Emerging Infectious Diseases, de distribución gratuita y libre en la red.
A partir de este momento los mensajes son múltiples: cuáles son los síntomas y signos de la enfermedad, cuál es su agente etiológico y cómo apareció, cómo se transmite, cómo se puede controlar su expansión y cómo se puede curar. Todo este largo proceso se acompaña de subtramas y de secuencias que los espectadores, sea cual sea su profesión, entienden que son verídicas. Nada que objetar a la presencia de un filovirus, cuya microfotografía hará recordar a profesionales la de un virus de Ébola. Tampoco repugna a la ciencia que la transmisión interhumana del virus acontezca por varias vías, a partir de la sangre o del aire, por ejemplo. En ambos casos la cinta muestra la transmisión eficazmente con dos recursos sencillos:
en uno con una secuencia que muestra la rotura de un tubo que contiene sangre en una centrifuga que salpica a un personaje, y en el otro mostrando el aerosol que genera al respirar un infectado en la oscuridad de un cine. Chocan las medidas de aislamiento drástico, y no lo hace ni el cuadro clínico ni la mención de que el virus sea manipulado mutante o recombinante, dada su relación con las armas biológicas de destrucción masiva. Hay un momento en que todo el mundo piensa que lo que comunica la cinta no es posible, al menos hoy, cuando muestra la consecución de un tratamiento tras recuperar el virus que porta el mono que para más inri se consigue en horas.
Los contenidos de Estallido son un resumen bastante aproximado y completo de lo que el lector va a encontrar a continuación, y todo ello y mucho más es lo que comunica el cine permitiendo su análisis ulterior por el espectador que puede tener de apellido “sanitario”.
Mil ochocientos noventa y cinco, el año en el que los hermanos Lumière presentaron su archifamoso invento, marcó el principio de una gran amistad, la de la comunicación y el séptimo arte, y al poco tiempo la del cine y la medicina, y así el cine adquirió la categoría de ser un poderoso medio de comunicación y educación sanitaria.
Seated on a comfortable armchair, amidst the halflight provided by the multi-shaded light shaft when shocking against a huge and white screen, and wrapped up by a clear and potent sound, one feels to have entered a new dimension. Unconsciously, he/she dives in a story where reality and fiction get melted. It is the miracle of cinema, the Never Ending Story. A piece of that race to death called life, even the above mentioned finishing line of some characters is the story’s plot. For the union with this other dimension to be whole, it is necessary that the made up narration is interesting and well retold.
In the African jungle, an infectious disease outbreak is killing off every inhabitant in a village; instead of getting healthcare assistance they are being annihilated; to avoid the outbreak’s spread or to hide an unmentionable reason? A monkey witnesses the events. The camera approaches a medical research center of the USA Army, it penetrates inside the place, slides on its corridors, arrives at the labs, some written characters explain what the images are showing, level 1…, till the level 4, where the impressiveness of the biological security clothing makes every explanation unnecessary, which, despite of this, is provided on grounds of narrative coherence. All of this takes place along with the credits of Outbreak (1995), by Wolfgang Petersen, while the action, during the posing, runs towards the lives of its main characters, the doctors Daniels (Dustin Hoffman) and Keough (Rene Russo). The theater’s light was switched off only some minutes ago and the audience, though being unaware of the plot, has already got in contact with the outbreak of an infectious disease and, not even the best masterly lesson could have shown to its members, in a more explicit way, the existing biological security levels. Probably, only the healthcare professionals that work with biological agents are supposed to have consciously perceived the details; the audience members, as a whole, must have thought that they were progressively brought into more dangerous places, until reaching the most hazardous one in a pathogens research center. The film has well apprised many people of two healthcare facts. This example proves that the seventh art is an overpowerful mass media.
The couple of healthcare professionals have just had supper; he gets closer to the DVD, presses the “on” button, then the “open” one, puts a DVD on the pad, he presses the button for the machine to get the disk and then the “play” button on the remote control. Again, on the screen, this time on a 40” TV, the above mentioned images make its appearance. When Daniels and Keough get together, she comments: Stop! Have you noticed? Review! Some days later, this sketch is reproduced in the classroom of a University and, this is likely to be the best approach the students will be made regarding the biological security levels.
A professor of ethics ends his lesson saying primum non nocere, reminding Thomas Sydenham (1624- 1689). Some time before, he has told the students, while having a closer look to the film Outbreak, that it is not licit for a healthcare professional, whatever the circumstances, to take part in or allow the extermination of a population in order to control an epidemic.
Turning back to the film, indeed the action begins with the encounter of the main characters, a couple of medical doctors, a man and a woman, and it reflects to perfection the current reality of this profession within developed countries, the equality among professionals without taking into account the gender condition. Afterwards, the audience will witness different features of the activity carried out by them and other healthcare professionals.
Minutes go by and a new message is sent to the neurons of the audience: there are illnesses that come from other continents and that, being transmitted by animals, can violently outbreak within the first world populations. They are so important, that even a professional journal is exclusively devoted to them, Emerging Infectious Diseases, freely distributed and at everyone’s disposal on the net.
From this moment on, the messages are multiple:
which are the signs and symptoms of the disease, which is its etiological agent and how it appeared, how it is transmitted, how one can control its spread and how it can be cured. All this long process runs along with sub-plots and sketches that the audience understands to be true, no matter each one’s profession. No amendments when it comes to the presence of a filovirus, whose microphotograph will remind the professionals of that of the Ebola virus. Either it is repulsive to science that the inter-human transmission of the virus takes place through several ways, from the blood or the air, for instance. In both cases, the film shows the transmission effectively, through two simple resources: one of the sketches shows the break-up of a tube in a spinning machine that splashes to a character, and another one showing the exhale that an infected person generates while breathing, in the darkness of a cinema. The measures of severe isolation are shocking, but not the clinical profile or the mention of the fact that the virus could be the result of manipulation, and mutant or recombinant, given its relation with biological weapons of mass destruction. There is a moment when everybody thinks that what the films explains is not possible, at least up to day, when it shows the consecution of a treatment after recovering the virus that carries the monkey that, moreover, is reached within a few hours.
The plot of Outbreak is quite an accurate and complete summary of what the reader will find in this article and, this and much more is what the cinema communicates, communications that allow a further analysis on the audience’s behalf and which can have as a surname that of “sanitary”.
1895, the year in which the Lumière brothers introduced their over-famous invention, established the beginning of a beautiful friendship, between communication and the seventh art, and later on, that of cinema and medicine, and that is how the cinema held the status of a powerful mass media and a healthcare education useful device.