La salud constituye una preocupación fundamental de nuestra sociedad. A partir de los años 80 del pasado siglo, ha aumentado sensiblemente la preocupación por la relación de los hábitos alimentarios con enfermedades muy diversas (cardiovasculares, cáncer, obesidad, etc.) y la alimentación se ha convertido en uno de los principales puntos de atención del ámbito de la salud pública. Se considera que el desarrollo económico y los nuevos estilos de vida han provocado el abandono de la alimentación tradicional, considerada más saludable que la actual, y todos los elementos de la alimentación han sido puestos en duda como “factores de riesgo”: grasas, azúcares, proteínas, las sustancias “excitantes” como el café y el té, los aditivos alimentarios. Así, pero sólo a título de ejemplo, uno de los más importantes desafíos en el terreno de la salud pública es la que ha sido denominada ya por la Organización Mundial de la Salud como ‘epidemia del siglo XXI’, la obesidad, con graves consecuencias sobre la esperanza y la calidad de vida. En la población infantil el problema es aún más preocupante, pues el 16,1% de los niños de entre 6 y 12 años presentan exceso de peso.
El desarrollo de una dieta menos saludable tiene su origen en múltiples causas y factores que derivan del cambio radical que han experimentado los modos de vida: 1) cambios en los estilos de vida, al pasar de una sociedad rural con un exigente esfuerzo físico a una vida totalmente sedentaria en la que el deporte y otras formas de ocio están siendo desplazadas por actividades que no exigen ningún esfuerzo físico; y 2) cambios en las dietas en el sentido de un consumo de dietas poco saludables: la dieta de niños y jóvenes se aleja de la ‘dieta mediterránea’ al aumentar el consumo de productos cárnicos, lácteos, bollería y bebidas carbonatadas y disminuir el de pescado, frutas, verduras y cereales. Por todo ello, se considera que los problemas de salud relacionados con la alimentación exigen una respuesta coordinada de todos los agentes implicados: industria alimentaria, sector de la publicidad, comunidad educativa, las diferentes Administraciones y los consumidores en general.
El diagnóstico anterior alude a profundos cambios en los estilos de vida y a cambios en las dietas:
aumento del consumo de productos cárnicos, lácteos, bollería y bebidas carbonatadas y disminución de la ingesta de pescado, frutas, verduras y cereales. De ahí que, entre otras medidas, se proponga que la industria reduzca de manera progresiva el contenido en grasas, azúcar y sal de los alimentos, y modifique los contenidos y destinatarios de su publicidad.
El diagnóstico parece aceptable pero no muy preciso. Además de decir que aumenta el consumo de lácteos, bollería y bebidas carbonatadas, podría decirse también que aumenta el consumo de productos ingeridos sin preparación culinaria, ingeribles en cualquier lugar y momento y de manera individual, sin compañía.
Y, además de decir que disminuye la ingesta de pescado, frutas, verduras y cereales..., podría decirse que disminuye la ingesta de alimentos que necesitan ser cocinados y forman parte de platos o comidas más o menos estructuradas, que tienen lugar dentro de horarios, lugares y circunstancias relativamente precisas. Dicho de otro modo, el acento se coloca en los “alimentos” y no en las “comidas”; se insiste más en los productos ingeridos o no ingeridos que en las actitudes y las razones de las ingestas.
También se insiste reiteradamente en la necesidad de una mejor educación y aprendizaje alimentarios. Esta necesidad no puede discutirse, pero ¿qué es exactamente lo que se debe aprender, por parte de quién y para qué? No debemos olvidar que, a pesar de que las normas interiorizadas por la mayoría de la población evidencian una alta apropiación de los discursos nutricionales, no existe correspondencia directa entre las recomendaciones dietéticas asumidas por las personas y sus consumos reales. Por ello, es importante averiguar por qué motivos las personas, a pesar de que conocen las consecuencias, se comportan de forma peligrosa para su salud. Tampoco debemos olvidar que la salud no es la única motivación para alimentarse o para hacerlo de un modo determinado y que la alimentación responde a motivaciones muy diversas y, además de la nutricional, existen otras como la sociabilidad, el hedonismo, las gratificaciones, la autoimagen, etc. En este sentido, la industria alimentaria cumple su papel:
pone en el mercado la mayor variedad de productos posible y compone una oferta amplísima que da cobertura a las muy variadas demandas de los consumidores. Hoy, en nuestra sociedad, tolerante, individualista y de libre mercado, los consumidores seleccionan los componentes de su dieta y adoptan su particular estilo de vida.
De acuerdo con todo ello, no cabría esperar cambios importantes como consecuencia de una mayor información o educación alimentaria. Caso aparte es, sin duda, la población infantil y adolescente. En cualquier caso, si se pretende mejorar la alimentación, debemos saber más sobre las causas y consecuencias prácticas de los mudables estilos de vida y de los hábitos alimentarios que les acompañan. Debemos considerar las prácticas nocivas para la salud también como aspectos de la vida cultural, determinados por factores socioculturales. Por ejemplo, debemos analizar las consecuencias para la alimentación y para la salud de aspectos tales como: 1) la escolaridad precoz y la prolongación de la misma; 2) la ruptura en el aprendizaje culinario y los constreñimientos horarios; 3) los efectos de una mayor tolerancia y consentimiento con las preferencias gustativas indivuales; y 4) la profusión de mensajes nutricionales contradictorios.
Health is a fundamental concern of our society.
Since the 1980s, the concern about the relation between eating habits and many different diseases (cardiovascular, cancer, obesity, etc.) has noticeably increased and diet has become one of the main focuses of Public Health. It is believed that economic development and changing lifestyles have led to the abandonment of traditional diets, considered healthier than the present ones, and all food items have been doubted as “risk factors”: fat, sugar, proteins, “exciting” substances like coffee and tea, food additives. This way, for example, one of the most important challenges in the field of public health is what has already been called the “epidemic of the XXI century” by the World Health Organization, obesity, with serious consequences on life expectancy and quality. In the case of children, the problem is even more worrying, since 16.1% of them between 6 and 12 years old are overweight.
The development of a less healthy diet has many root causes and factors derived from the radical change the ways of life have experienced: 1) changes in lifestyle, moving from a rural society with a demanding physical effort to a completely sedentary life in which sport and other forms of entertainment are being displaced by activities that do not require any physical effort, and 2) changes in the diets in terms of consumption of unhealthy diets: the diet of children and young people gets away from the ‘Mediterranean diet’ by increasing the consumption of meat products, dairy foods, bakery and carbonated beverages and by reducing the intake of fish, fruits, vegetables and cereals. Therefore, it is considered that the diet-related health problems require a coordinated response by all actors involved: food industry, advertising sector, education community, the various Administrations and consumers in general.
The above diagnosis refers to profound changes in lifestyles and diet: increased consumption of meat products, dairy, bakery and carbonated beverages and reduced intake of fish, fruits, vegetables and cereals. Hence, it is proposed, among other things, that the industry progressively reduces the fat, sugar and salt foods, and modifies the content and target of its advertising.
The diagnosis seems to be acceptable but not very accurate. Besides saying that increased consumption of dairy, bakery and carbonated beverages is taking place, we could also say that the consumption of no previously prepared food is also increasing, along with the facts of eating at any time and place and on an individual, unaccompanied basis. And apart from saying that the intake of fish, fruits, vegetables and cereals decreases, we could also highlight the lower intake of foods that need to be cooked and are part of dishes or meals more or less structured, which take place within relatively accurate times, places and circumstances. In other words, the accent is placed on “foods” instead of “meals”, emphasis is more often put on the ingested or non-ingested products than on the attitudes and reasons for intakes.
The need for a better food education and learning is also repeatedly stressed. This need cannot be questioned, but what is exactly what must be learned, by whom and for what? We must not forget that despite the rules internalized by most of the population show a high appropriation of the nutritional discourse, there is no direct correspondence between the dietary recommendations accepted by the people and their actual consumption. It is therefore important to find out why people, even though they know the consequences, they behave so dangerously against their health. Nor should we forget that health is not the only motivation to eat or to do it in a certain way and that the dieting habits meet many different motivations in addition to nutrition, such as sociability, hedonism, gratifications, the self-image etc. In this sense, the food industry plays its role: it puts on the market the widest possible range of products composing a great offer that covers the different demands of consumers. Today, in our tolerant, individualistic and free market society, consumers are choosing the components of their diet and take their particular lifestyle.
According to this, one should not expect major changes as a result of a greater food information or education. A case apart is, without a doubt, that of children and teenagers. However, if we are to improve nutrition, we should know more about the causes and consequences of changing lifestyles and eating habits that accompany them.
We must consider the practices that are harmful to human health as well as aspects of cultural life, as determined by socio-cultural factors. For example, we must analyze the implications for diet and health of issues such as: 1) early education and extension of it, 2) the breakdown in culinary learning and the schedule constraints, 3) the effects of a greater tolerance and consent to the individual taste preferences, and 4) the profusion of contradictory nutrition messages.