En el reglamento europeo sobre producción y etiquetado de los productos ecológicos (nº 8347/2007; junio 2007) se dice que “la producción ecológica es un sistema general de gestión agrícola y producción de alimentos que combina las mejores prácticas ambientales, un elevado nivel de biodiversidad, la preservación de recursos naturales, la aplicación de normas exigentes sobre bienestar animal y una producción conforme a las preferencias de determinados consumidores por productos obtenidos a partir de sustancias y procesos naturales”. Es evidente que lo que se pretende no es tanto la producción de los alimentos necesarios para el conjunto de nuestra especie sino “una producción conforme a las preferencias de determinados consumidores”. Tal como declaran los propios defensores de esta modalidad de producción agraria, la Agricultura Ecológica “surge, fundamentalmente, como un movimiento ideológico de reacción” ante lo que ellos consideran excesos y problemas derivados de la intensificación e industrialización de las producciones agropecuarias, cuyas últimas consecuencias son una letanía de efectos negativos sobre la salud, el medio y la sociedad.
El suelo agrícola se ha convertido en un bien de carácter estratégico que hace bastante tiempo atrae las inversiones de los grandes especuladores financieros y, más recientemente, la de países como China, Corea, Arabia Saudí o incluso Suráfrica, que andan comprando o arrendando a largo plazo millones de hectáreas en otros países, sobre todo africanos. Por otra parte, los precios de los alimentos básicos se han disparado bruscamente en la crisis agroalimentaria y parece que ya nunca volverán a los niveles anteriores a la crisis. Dicha subida ha tenido como consecuencia que el número global de hambrientos aumente en más de 100 millones hasta alcanzar los 1.000 millones. Es imposible que la alternativa de la producción ecológica, que necesita un 30-50% más suelo que las otras para producir la misma cantidad de alimento y que lo produce a un precio considerablemente superior al de la convencional pueda contribuir a resolver los retos agroalimentarios de la humanidad.
Los conceptos de agricultura sostenible, de conservación o de precisión, en buena medida redundantes, aluden a una práctica que debe satisfacer las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades, así como conservar el suelo, el agua, la biodiversidad y la atmósfera, sin renunciar a altos rendimientos y al uso de productos agroquímicos de síntesis; una agricultura integrada que gestiona el agua y la conservación del suelo, evitando la erosión mediante un cultivo sin laboreo o con laboreo mínimo.
Un destacado representante de la Agricultura Ecológica, Patrick Holden, ha declarado sin pudor que “las herramientas de la ciencia actual no están suficientemente desarrolladas para medir las virtudes de la Agricultura Ecológica”. Dicha pretensión está totalmente injustificada. Los productos ecológicos no son más sabrosos:
cuando se compara, en ensayos de cata a ciegas, la producción ecológica con la convencional del mismo producto, recolectado y comercializado en las mismas condiciones, los de la AE salen casi siempre perdiendo. Tampoco son más sanos y nutritivos, según se deduce de una reciente revisión exhaustiva de todos los trabajos científicos publicados sobre el tema entre enero de 1958 y febrero de de 2008, realizada para la Food Standards Office del Reino Unido por un grupo de seis reconocidos especialistas en nutrición (A.D. Dagour et al. The American Journal of Clinical Nutrition 2009; 90: 680-685). No hay más que revisar los boletines de alarmas alimentarias para comprobar que los productos ecológicos tampoco son más seguros que sus alternativos.
Por último, la Agricultura Ecológica no es necesariamente más respetuosa con el medio ambiente. En términos generales, puede decirse que ésta invade más suelo natural por tonelada de alimento producida, ya que sus rendimientos son menores y, en cambio, puede contribuir menos a la contaminación y la eutrofización, principalmente por su uso restringido de plaguicidas y su renuncia a los fertilizantes minerales nitrogenados, aunque esto último no ocurre más que en algunos contextos, pero no en otros.
The European directive concerning ecological products (n 8347/2007) considers that the ecological production is a general system of agricultural management and food production that combines the best environmental practices, a high level of biodiversity, the preservation of natural resources, rigorous rules animal well being and a production adapted to the preferences of particular consumers obtained from natural products and processes. It is evident that the goal is not so much to feed mankind as to satisfy a particular sector of consumers. As it proponents admit, this agricultural approach surges as an ideological movement of reaction against what it considers excesses and problems derived from intensification and industrialization of agrarian productions, whose effects are negative for our health, environment and society.
Agricultural land has become a strategic factor that for some time now has attracted the attention of important financial speculators and, more recently, of countries like China, Korea, Saudi Arabia or even South Africa, which have been buying or renting millions of hectares, especially in Africa. Additionally, a rapid increment of agricultural prices has occurred, creating a food crisis, and it seems that they will never come down again to the previous levels.
As a consequence, the number of people that do not receive enough food has increased above the level of 1 billion people. It is not possible that an agricultural system that requires 30-50% more soil to produce the same amount of food and that demands higher prices than its alternatives could have a role to play in relation to the food challenges of the whole mankind.
The terms sustainable agriculture, conservation agricultures or precission agriculture, which are partially redundant, allude to a practice that must satisfy present day demands without jeopardizing the capacity of future generations to satisfy their own needs, and must conserve soil, water, biodiversity and atmosphere, without renouncing to high yields and the use of synthetic agrochemicals.
Patrick Hoden, vice-president of the Brittish Association, has bluntly declared that “the tools of modern science are not sufficiently developed to measure the virtues of Ecological Agriculture”.
This assertion is totally without merit. This type of food is not more tasty. When the same product, obtained by different systems, is compared in a blind taste panel, the ecological production system does not come out the winner. Neither are ecological products more nutritious and healthy, as can be deduced firm an extensive review of the scientific literature between January 1958 and February 2008, carried out for Food Standards Office of the UK. A group of six experts in Nutrition (A.D. Dangour et al. The American Journal of Clinical Nutrition 90:680-685, 2009) has concluded that there is no difference concerning the nutritive value of ecological products with respect to their alternatives. Similarly, as can be ascertained in the periodic food alarm bulletins, ecological products do not offer a greater alimentary safety.
Finally, Ecological Agriculture is not always more friendly to the environment than its alternatives. In general, it would invade more natural habitat per metric ton of food produced, as its yields are lower, and, in contrast, it could be less aggressive in terms of agrochemicals leaked to the environment, although this is not always the case.