Adam Wagstaff
En numerosas ocasiones se ha demostrado la relación que existe entre pobreza y salud. Los datos disponibles sugieren que es una relación de ida y vuelta: rentas más altas producen mejores estados de salud, y peores estados de salud llevan a situaciones de pobreza. Se crea, por tanto, un círculo vicioso entre pobreza y salud. El artículo analiza la evidencia existente acerca de las estrategias que siguen los países para romper este círculo vicioso que incrementa el gasto sanitario de los gobiernos, financiado en muchos casos por donantes externos. Los casos analizados sugieren que el gasto sanitario público sí tiene un efecto sobre los estados de salud -especialmente en los países bien gobernados- sin menosprecio de los estudios que analizan la incidencia sobre los pobres de los programas de beneficencia.
Asimismo, se observa cómo un dólar marginal en gasto público tiene unos resultados en términos de salud mucho mayores si se asigna al gasto sanitario público que si se destina al resto de sectores económicos en proporción a su peso relativo según la contabilidad nacional. Podemos concluir, por tanto, que financiar incrementos del gasto sanitario público -ya sea a través de ayudas específicas en sanidad o de ayudas más genéricas- es una solución razonable para los gobiernos que desean romper este círculo vicioso entre pobreza y salud.
There exists evidence on the health-poverty linkage. The evidence reviewed suggests that this is indeed a two-way relationship: higher incomes cause better health, and worse health causes lower income.
There is, therefore, a vicious circle linking health and poverty. This article aims to explore one strategy for countries to break out from this vicious circleincreasing government spending on health care, financed if there is a need by donors. Government health spending does appear to have an effect on health outcomes, especially among well-governed countries and notwithstanding the results of numerous benefit-incidence studies among the poor. It also appears that a marginal dollar of government spending yields a much larger health payoff if allocated to government health spending than if spent across the rest of the economy in proportion to importance of the various sectors in the national income. All this suggests that increased government health spending-funded by health-specific or general aid is not an unreasonable strategy to follow for countries wanting to get their people out of the vicious circle of health and poverty.