Con frecuencia utilizamos como sinónimos las palabras dolor y sufrimiento. Son, sin embargo, obviamente distintas, pudiéndose dar sufrimiento sin dolor, pero en ocasiones, ante la contemplación de lo que no podemos aliviar con fármacos (dolor), encontramos dificultad en la relación. Es muy fácil no saber qué decir ante el sufrimiento inevitable, asociado por ejemplo a la dependencia, a la pérdida de un ser querido, al sentimiento de vacío existencial o al envejecimiento no vivido en positivo.
En otras ocasiones, interpretamos el sufrimiento con categorías culturales —y a veces religiosas— que, en lugar de ayudar a vivir sanamente, incrementan la percepción de malestar.
Por eso, parece urgente un planteamiento humanizador del abordaje del sufrimiento humano que contribuya a sanar el modo de pensar, el modo de sentir y el modo de acompañar.