Se comenta lo que cabe entender por la palabra dignidad cuando es aplicada a la persona de más edad, destacando su carácter universal y contraponiéndola a los mayores riesgos de sufrir «indignidades» a los que está expuesta la persona mayor. A continuación se discuten 3 apartados. En primer lugar, los factores de riesgo que en este sentido pueden llevar consigo las pérdidas fisiológicas y patológicas que en los planos físico, mental y social se asocian al hecho de envejecer. En segundo término, la cuestión de la discriminación por edad como forma de agresión, tan extendida como poco valorada, a la dignidad de la persona mayor. Y, por último, se comenta lo que cabe interpretar tras la consigna de Naciones Unidas en favor de fomentar un envejecimiento activo como sistema de defensa contra las indignidades. Se concluye con el mensaje de que ni las limitaciones que acompañan al proceso de envejecer, ni las diversas formas de agresión a que puede verse sometido el colectivo de más edad constituyen argumentos suficientes para una pérdida de la dignidad individual ni colectiva. Dignidad por la que todos debemos luchar y que debe mantenerse y ser respetada por el propio individuo y por el colectivo social correspondiente a lo largo de toda la vida
A discussion is presented on what is understood by «dignity» when applied to the elderly, highlighting it universal character and contrasting it with the greater risks of suffering «indignities» to which the elderly are exposed. The discussion is divided into 3 sections. In the first, the risk factors in this sense could lead to physiological losses and illnessess, which in in the physical, mental and social sense are associated with ageing. In the second, the question of discrimination of the elderly as a form of aggression due to age, and is so widespread and infrequently studied. Lastly, it is discussed how to interpret the advice of the United Nations on how to promote active ageing as a defence system against indignities. It concludes with the message that neither the limitations that accompany the ageing process, nor the different forms of aggression that the elderly may be subjected to, provide sufficient argument neither for a loss of individual nor collective dignity. This is something which we all must endeavour to achieve and which must be maintained and be respected by individuals and by society at all times.