A las personas, por lo general, no les hace mucha gracia que les digan lo que tienen que hacer para modificar sus conductas, y mucho menos que les regañen para conseguirlo. Los pacientes suelen acudir al médico buscando absoluciones más que penitencias. Este fenómeno, por otra parte frecuente cuando tratamos de convencer a alguien para que cambie, puede generar la llamada «reactancia psicológica», es decir, el deseo de reafirmarse en la conducta inicial. La decisión de modificar una conducta depende básicamente de dos factores: la sensación de amenaza por mantener esa conducta (vulnerabilidad percibida) y la confianza en ser capaz de conseguir el cambio (autoeficacia o expectativas de éxito). Los pacientes con factores de riesgo oligosintomáticos (hipertensión arterial, diabetes, hiperlipemia, tabaquismo, obesidad, etc.) a menudo carecen de ambos.
El manejo de las enfermedades crónicas, al igual que las intervenciones preventivas, precisa de un modelo de actuación basado en guías de actuación que se sustenten en las evidencias científicas. Diversos modelos de programas preventivos en cribado de cáncer o consejo sobre hábitos de vida han demostrado con éxito su utilidad en diferentes tipos de modelos organizativos de cuidados de salud. Aunque hay algunas diferencias importantes entre las intervenciones que requiere el manejo de las enfermedades crónicas y los programas preventivos, hay un elevado número de factores comunes. Ambos comparten la necesidad de modificar el tradicional modelo de práctica clínica orientado a los cuidados agudos para orientarlo hacia un modelo proactivo y programado de cuidados continuados centrados en el paciente.