Cuidar ha sido desde tiempos inmemoriales una capacidad inherente e identificativa del sexo femenino, que se extendió al género masculino en el momento de la división sexual del trabajo; en este punto nació una forma de cuidar diferente, de acuerdo a las capacidades físicas de cada cual, y a las labores que hasta ese momento habían sido la responsabilidad de hombres por un lado y mujeres por el otro.
Significa esto que hay varias formas de cuidar, cada una dependiendo de las características individuales de la vida de cada ser humano, pero todos, absolutamente todos tenemos la capacidad de cuidar.
Luego, cuando fue necesario, que una persona se encargara de preservar la salud de los individuos de la comunidad, y adoptara medidas curativas, apareció la mujer como cuidadora, por la sapiencia acumulada a través de la observación de la naturaleza, que la dotó de un bagaje de conocimientos que no poseía ningún otro ser diferente a ella. Aquí surgió la mujer como cuidadora natural, empírica, y pragmática, y con el paso del tiempo llegó a la mujer preparada académicamente, para brindar un cuidado, organizado de acuerdo al conocimiento científico, es decir, hasta la enfermera del día de hoy, ampliamente preparada para brindar cuidado de calidad.