Cuando, en estos tiempos de crisis económica, algunos responsables sanitarios afirmaron que los inevitables recortes en la financiación podrían llevarse a cabo sin merma de la calidad asistencial, algunos se escandalizaron. Otros, más benévolos, lo consideraron una mentira piadosa para apaciguar el sufrimiento de los enfermos desahuciados. Y también hubo quien propuso aprovechar la oportunidad para soltar algo del lastre que nuestro sistema sanitario ha ido acumulando en estos años de crecimiento extraordinario1. Desde 2002 a 2009, el gasto sanitario real por persona ha crecido más de un 40%2. Un incremento que no puede explicarse en términos de evolución del patrón epidemiológico. A las bondades de la sanidad pública española hay que restarle pues algunos defectos, entre los que destaca el consumo sanitario inapropiado que, además de costoso, aumenta el riesgo de iatrogenia, un problema de salud pública en los países ricos. Junto a la persistencia de intervenciones anticuadas, se introducen innovaciones más espectaculares que reales y, sobre todo, son frecuentes actividades poco pertinentes que no se llevan a cabo con la suficiente especificidad. Escasean las "desinversiones", es decir, la reasignación más eficiente y justa de los recursos disponibles3. Algo que, naturalmente, conviene efectuar siempre, porque si se hace sólo cuando hay que apretarse el cinturón, se entiende como un mero recorte. Consideraciones pertinentes para responder preguntas como la que me plantea la revista, a saber, si las vacunas contra 2 o 4 variedades del virus del papiloma humano deben mantenerse en el calendario oficial, es...