José Antonio Serra Rexach, G. Mendieta Faceti, María Teresa Vidán Astiz
La fragilidad es un estado clínico, muy prevalente en la población anciana, que aumenta el riesgo de mala evolución clínica: caídas, discapacidad, necesidad de hospitalización y muerte. Aunque en los últimos años ha habido grandes avances, todavía no existe una definición de consenso, ni unos criterios diagnósticos universalmente aceptados.
Si parece evidente que se relaciona con una menor capacidad de reserva y una menor tolerancia al estrés o a las agresiones que finalmente provoca alteraciones en la movilidad, equilibrio, potencia muscular, coordinación motora, nutrición, resistencia y capacidad de actividad física. Tampoco se conocen con detalle las alteraciones fisiopatológicas pero seguro que intervienen factores moleculares, inflamatorios, neuroendocrinológicos, que tienen consecuencias nutricionales y musculares. El abordaje terapéutico deber ser múltidisciplinar, por un lado tratando las enfermedades que puedan desembocar en fragilidad y por otro aumentando la actividad física y garantizando un aporte nutricional adecuado. Los ejercicios, especialmente los de potenciación muscular han demostrado, en ancianos frágiles, que aumentan la masa y la potencia muscular y además mejoran aspectos funcionales como la velocidad de marcha y la independencia en la realización de actividades de la vida diaria. Asimismo la utilización de suplementos nutricionales, bien sean orales o por sonda, ha demostrado un aumento de la ingesta energética y de macro y micronutrientes lo que conlleva una mejora del estado nutricional, una disminución del deterioro funcional, de la mortalidad y de las complicaciones hospitalarias.