Federico Miguel Cuesta Triana, Pilar Matía Martín
La prevalencia de desnutrición es de sobra conocida, pero más importante es la proporción de ancianos en situación de riesgo, fundamentalmente en instituciones.
Las consecuencias se describen en términos de morbimortalidad y coste económico, pero se diluyen en presencia de otras enfermedades. El envejecimiento plantea una serie de cambios fisiológicos que pueden ser considerados factores de riesgo de desnutrición. Por ello es fundamental evaluar si existe una situación de riesgo y valorar hasta qué punto puede ser reversible. Existen múltiples escalas que facilitan este abordaje, entre ellas destaca el MNA (Mini Nutritional Assessment), que se incluye dentro de la denominada valoración geriátrica exhaustiva, con el objeto de detectar no sólo factores médicos sino también funcionales y sociales, todo ello desde una perspectiva multidisciplinar. En una segunda fase, cuando se establece el diagnóstico de desnutrición, se hace necesario completar todo el proceso de valoración nutricional, teniendo en cuenta las características distintivas del anciano. Es en esta fase donde cobra una especial importancia el reconocimiento de los cambios de composición corporal, con un incremento de la grasa de disposición visceral y una reducción de la masa libre de grasa. Este hecho dificulta la interpretación de los clásicos parámetros antropométricos, de modificación más tardía en favor de otras determinaciones que priorizan el análisis de la composición corporal y la cuantificación de la fuerza muscular, datos fundamentales en el concepto de sarcopenia, íntimamente ligado a la situación nutricional y a la funcionalidad del sujeto de edad avanzada.