El temor o miedo a caerse (MC) puede considerarse como una respuesta protectora a una amenaza real, previniendo al anciano de iniciar actividades con alto riesgo de caerse, aunque conlleve a una restricción de las actividades que resultará a largo plazo en un efecto adverso en el plano social, físico o cognitivo. Se presenta con una prevalencia del 30% en los ancianos que no tienen historia de caídas y en el doble en aquellos que han tenido el antecedente de caída. Su prevalencia es más elevada en mujeres y con la edad más avanzada. Se han desarrollado diversas escalas para medir los efectos psicológicos del MC, entre las que destacan la escala de eficacia en caídas, la escala de confianza y equilibrio en las actividades específicas y la encuesta de actividades y temor de caída en la tercera edad. Tiene unas consecuencias negativas en la funcionalidad, en la sensación subjetiva de bienestar y en la consiguiente pérdida de autonomía. El deterioro funcional, físico o de la calidad de vida está claramente relacionado con el MC, aunque no está bien establecido si estos factores son causa o efecto. Se han recomendado múltiples intervenciones con óptimos resultados, conllevando a cambios que resultan en reforzar su confianza para realizar las actividades. Las intervenciones e investigaciones deberían promover una visión real y adaptada sobre el riesgo de caídas y enseñar a los ancianos a realizar actividades seguras. Aunque la reducción del MC es un objetivo importante en sí mismo para mejorar la sensación subjetiva de bienestar, los beneficios podrían incrementarse si esta reducción también se acompañase de un incremento en una conducta segura, en una participación social y en actividades de la vida diaria.