A.I. Rigueira García
En el desarrollo cultural y económico de los países no sólo es intrínseco el conseguir unos recursos sanitarios adecuados a las necesidades de la población, sino además preocuparse de que dichos recursos sean utilizados adecuadamente y cumplan la finalidad a la que fueron destinados. En ese sentido, es obvio que, mientras que el problema prioritario de los países del llamado Tercer Mundo es la provisión de recursos sanitarios, en los países más desarrollados es prioritaria la selección de los más adecuados dentro de los disponibles y la concienciación de los usuarios en su utilización adecuada. España es un país que, a pesar de haberse encontrado con un grado de desarrollo inferior en relación a su entorno en cuanto a investigación y tecnología, ha contado con una estructura sanitaria caracterizada desde hace años por una amplia cobertura poblacional, especialmente en lo que concierne a la oferta medicamentosa, lo cual puede haber condicionado en cierta medida las peculiaridades de nuestro medio respecto al cumplimiento en la medicación, así como en las actuaciones para mejorarlo. También es indudable que en dichas peculiaridades pueden influir no sólo características culturales y económicas, sino también sociológicas, demográficas e incluso creencias religiosas.