Las personas que ocupan una lista de espera sufren a menudo un riesgo adicional derivado del tiempo que pasa hasta que obtienen tratamiento; sin embargo, en otras ocasiones, las personas en lista no tienen necesidad del tratamiento por el que esperan. Ambos argumentos, contrastables con evidencias empíricas, serían suficientes para afirmar que debe llegar la gestión a las listas de espera dejando a un lado políticas más o menos oportunistas. Por políticas oportunistas se entiende mantener la mala información sobre listas o su "maquillaje", utilizar programas de autoconcertación sin más horizonte que llegar a final de año sin lista de más de seis meses, etcétera. El panorama no es del todo oscuro. Algunas iniciativas de gestión (incluso de Política con mayúscula) se van abriendo paso y pueden entrar en la agenda de los próximos años. Así, cabe destacar la aplicación de tiempos de atención garantizada o la priorización de las listas en función de criterios explícitos. En todo caso, conviene recordar que, con la excepción de las colas producidas en las salas de espera de los centros de salud y aquéllas que se producen en las puertas de urgencias, el resto de colas del sistema están mediadas por la decisión de un médico. Así que una estrategia ineludible para gestionar las listas de espera consiste en atenuar los problemas derivados de la incertidumbre (o ignorancia) con respecto al diagnóstico o al pronóstico de los pacientes.