Juan A. López Segura
Su mujer murió y él se quedó allí sentado. Como la memoria iba y venía y hablar, hablaba poco, condolencias se le dieron las justas. A los hijos, que lloraban más, se les dio alguna palmada en la espalda cuando fueron pasando por la residencia. Y, claro, como aguantaban la conversación mejor que el padre, también se les ofreció alguna frase vacía para llenar los silencios: pobrecita, con lo bien que estaba, la vida es así�