Trabajo en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital de tercer nivel, y conocí al protagonista de esta historia una noche de guardia. La muerte se había convertido en la apasionada amante de aquel señor que ocupaba la cama 32 de mi módulo de trabajo, pero ni su familia, ni la institución, ni nosotros mismos le permitíamos morir. Tras un mes de ingreso, finalmente la dama de la guadaña hizo su labor, y el cuerpo de aquel anciano abandonaba este mundo bajo nuestra supervisión aunque su alma hacía días que había partido.
En la era de la tecnología hemos aprendido que somos superiores y que existe una solución técnica para cada problema. Ahora tenemos pendiente el duro trabajo de desaprender que no somos dioses y aprender que la tecnología también debería tener sus límites.