Alicia Rodríguez Martos
El vino forma parte de la cultura mediterránea. Beber alcohol es parte de nuestra vida social y sus consecuencias adversas a menudo se han minimizado, culpando más bien al individuo, que no sabe beber, que al agente causante del daño. En los últimos años, los accidentes de tráfico y el consumo �en atracones� de los jóvenes han logrado poner el alcohol en la agenda política. En efecto, los adolescentes han incrementado su consumo de alcohol y desarrollado una pauta de episodios de consumo intensivo, insertado en el ocio nocturno en espacios abiertos, donde masas de jóvenes beben al aire libre botellas grandes (�botellón�). Se han generado campañas y materiales educativos, pero dos sucesivos anteproyectos de ley sobre medidas de control para prevenir el daño relacionado con el alcohol han fracasado en su intento de ser aprobadas, al chocar dos veces con los mismos intereses creados. El primer anteproyecto (2002) se orientaba a la prevención de problemas de alcohol en la población general. El segundo (2006), se limitaba a la prevención en menores. Nadie, ni siquiera la industria, podía estar en contra. Pero un sesgado interés puso el acento en el vino � que, presuntamente, no debería ser considerado alcohol, sino alimento y, en consecuencia, debía eliminarse de la ley � de modo que el anteproyecto se convirtió en la �guerra del vino�, con sus predecibles consecuencias. De nuevo, un anteproyecto de ley sobre alcohol se guardaba sine die en el �baúl de los recuerdos�. Dentro de este panorama pesimista, todavía existe algún indicio positivo. Ninguna razón económica ni política debería obstaculizar siquiera la protección de los menores.