Cuando mi compañera del turno de la mañana pronunció su nombre mi corazón se aceleró. Ya me advertía de que lo conocía, como si supiera y entendiera lo que eso me iba a suponer. Como en otras ocasiones en las que el paciente era conocido dijo su nombre y apellidos, intentando así que la imagen de su rostro apareciera en mi mente. Y así fue.