La importancia de la valoración funcional radica en su valor a nivel general para planificar políticas de salud pública, así como determinar la población que se puede beneficiar de la atención geriátrica, y a nivel individual para optimizar los planes de cuidados, controlar los cambios y evaluar los efectos de una intervención.
Los cambios que se están produciendo en nuestros mayores (epidemiológicos, ambientales, culturales, socioeconómicos y psicológicos) precisan de nuevos instrumentos de valoración que sean capaces de describir, diagnosticar, predecir, controlar y asignar recursos en este grupo poblacional de manera válida, fiable y justa.
La valoración funcional debe incluir 2 grandes aspectos o dominios: la evaluación de la limitación funcional, entendida como la dificultad para realizar tareas motoras a nivel individual, y la discapacidad, entendida como la limitación en el funcionamiento o desempeño de roles sociales definidos y tareas dentro de un entorno físico y sociocultural.
De entre los «nuevos», probablemente el mejor test aislado para valorar la limitación funcional sea la velocidad de marcha, y, si se desea una evaluación más precisa, puedan ser útiles la Short Physical Performance Battery, el Late Life Function and Disability Instrument u otras baterías que midan la función del miembro superior y del inferior. La medición de la fuerza prensora de la mano dominante puede ser también un buen test.