Una joven doctora narra una pequeña historia: su vivencia como acompañante del marido enfermo, que también es médico. La historia, adornada de las contradicciones correspondientes, puede resultar muy común para quienes conocen bien los ambientes hospitalarios, pero no por ello resulta menos chocante cuando es leída en un texto ajeno. Sin duda se trata de un caso emblemático de la eterna lucha entre la tecnificación excesiva y la capacidad de escuchar al otro como persona que siempre tendrá algo que decir, argumentos que es imposible que recojan los instrumentos de alta precisión.