Daniel Antonio de Luis Román, Rocío Aller de la Fuente, Susana Zarzuelo
La hipertensión arterial tiene una distribución mundial, atendiendo a factores de índole económica, social, cultural, ambiental y étnica. Su frecuencia aumenta con la edad y está demostrado que después de los 50 años casi el 50% de la población la presenta. Las medidas no farmacológicas son un pilar importante en el tratamiento integral de estos pacientes y la restricción de sodio es una de las más utilizadas en la práctica clínica. Se han realizado múltiples y variados tipos de estudios que han tratado de investigar la relación entre la sal y la presión arterial (PA), cuyos resultados han sido en ocasiones conflictivos y contradictorios. A modo de resumen, la reducción de la ingesta de sal ha demostrado ser útil en la reducción de la PA. No obstante, otras intervenciones nutricionales, como la dieta DASH (Dietary Approaches to Stop Hypertension), han mostrado también su utilidad. Esta dieta es baja en grasa saturada, grasa total y colesterol, a la vez que es alta en los minerales potasio, magnesio y calcio, aportados por las frutas, los vegetales, las leguminosas y los lácteos descremados. En un metaanálisis reciente se ha demostrado la utilidad de diferentes intervenciones en la disminución de los valores de PA; por ejemplo, la realización de ejercicio aeróbico regular disminuye 4,6 mmHg la PA, la eliminación del consumo de alcohol la disminuye 3,8 mmHg, la restricción del consumo de sal, 3,6 mmHg, y la utilización de suplementos de aceites de pescado, 2,3 mmHg. En conclusión, conviene recordar que tanto en la prevención como en el tratamiento de la hipertensión arterial la reducción del consumo de sodio es una medida más dentro de un enfoque terapéutico global, que debe incluir ejercicio, reducción de peso, abstención del consumo de tabaco, café y alcohol y un consumo de grasas del tipo y en la cantidad adecuados.