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Estas otras dimensiones de lo humano: social, cultural, afectiva, ecológica, parecen no intervenir en las determinaciones de la salud o la enfermedad.
Este trabajo de reflexión sobre una superficie silenciosa y silenciada del abordaje de la enfermedad podría hacer visible el estrato imaginario sobre el que el conocimiento se construye.
El uso del concepto de saber supone reconocer que podemos encontrar incongruencias entre las representaciones y las prácticas, entre las representaciones entre sí y entre las prácticas entre sí.
Los conocimientos disponibles sobre las enfermedades cardiovasculares son representados en médicos y enfermos de acuerdo a patrones culturales que les son comunes y que pertenecen a un imaginario histórico social compartido.
La investigación sobre estos aspectos aparece entonces como una necesidad, no como un mero ejercicios teórico irrelevante para la práctica profesional, sino más bien como un punto nodal determinante y silenciado sobre le que las prácticas médicas operan a diario y al que la investigación ha soslayado sistemáticamente. La producción de conocimiento desde nuevas perspectivas reclama el intercambio con otros saberes y el abordaje de la problemática médica desde enfoques transdisciplinarios.
El ejercicio de una disciplina se estructura como un conjunto de saberes organizados que dan sustento a una práctica, a una serie de representaciones, a la construcción de un objeto de estudio, en fin, a un campo científico específico. Los modelos hegemónicos de la práctica profesional se imponen como los únicos capaces de atribuirse la legitimación social que el carácter científico se otorga en nuestra época a una práctica. La Medicina se ha ido configurando históricamente sobre la base de cierta epistemología, metodología científica, representaciones del cuerpo biológico como su objeto especifico de estudio y sobre el imaginario instituyente que los sujetos han elaborado en el seno de una determinada cultura sobre éste.
El ejercicio de una observación crítica sobre el saber médico, sobre sus prácticas y representaciones no es posible desde posiciones que compartan las limitaciones de la visión fragmentaria y reduccionista de la realidad. Inmersos en este tiempo paradojal, los médicos discurren sobre una racionalidad discursiva fragmentada que elabora sus conceptos sobre bases que, a menudo, no son capaces de comprender en su exacta dimensión.
La determinación múltiple de la enfermedad vascular, a la vez genética, bioquímica molecular, psicológica, social, cultural, económica, configura un subsuelo complejo sobre el que la enfermedad se desarrolla y, su reconocimiento explícito convoca a posturas no reduccionistas para encarar su modificación.
