Paraguay
Estimado editor:
El pasado 7 de agosto de 2025, la Dirección General de Vigilancia de la Salud del Ministerio de Salud Pública de Paraguay emitió una alerta epidemiológica por sarampión, tras la confirmación de cuatro casos en el departamento de San Pedro, todos ellos sin antecedentes de vacunación documentada (1). El último brote con transmisión autóctona en el país se registró en 1998. Más recientemente, en 2023, se notificó un caso confirmado de fuente de infección desconocida, que no generó casos secundarios (1). Esta señal de alarma no es un hecho aislado: se enmarca en un contexto global de reemergencia del virus, favorecido por las brechas en la cobertura vacunal, la circulación internacional de personas y la complacencia que a veces se instala cuando una enfermedad ha sido declarada eliminada en un país. La rápida diseminación y el riesgo de brotes secundarios en comunidades vulnerables invitan a replantear una pregunta que, pese a décadas de evidencia científica, sigue sin recibir suficiente atención en el discurso público: ¿continuamos subestimando al sarampión como una enfermedad meramente febril y exantemática?
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El pasado 7 de agosto de 2025, la Dirección General de Vigilancia de la Salud del Ministerio de Salud Pública de Paraguay emitió una alerta epidemiológica por sarampión, tras la confirmación de cuatro casos en el departamento de San Pedro, todos ellos sin antecedentes de vacunación documentada (1). El último brote con transmisión autóctona en el país se registró en 1998. Más recientemente, en 2023, se notificó un caso confirmado de fuente de infección desconocida, que no generó casos secundarios (1). Esta señal de alarma no es un hecho aislado: se enmarca en un contexto global de reemergencia del virus, favorecido por las brechas en la cobertura vacunal, la circulación internacional de personas y la complacencia que a veces se instala cuando una enfermedad ha sido declarada eliminada en un país. La rápida diseminación y el riesgo de brotes secundarios en comunidades vulnerables invitan a replantear una pregunta que, pese a décadas de evidencia científica, sigue sin recibir suficiente atención en el discurso público: ¿continuamos subestimando al sarampión como una enfermedad meramente febril y exantemática?