María Ramo Sangüesa, Álvaro Rico López, Patricia Tomey Cebrián, Alicia González Acero, Juan de Dios Moyano Perales, María Mangrané Sierra
La arterioesclerosis, una enfermedad caracterizada por el endurecimiento y estrechamiento de las arterias debido a la acumulación de placas de grasa, colesterol y otras sustancias, es una de las principales causas de enfermedades cardiovasculares como el infarto de miocardio o el ictus. Durante años, su manejo se ha basado en cambios de estilo de vida, medicación y, en casos avanzados, intervenciones quirúrgicas. Sin embargo, la investigación científica ha impulsado importantes innovaciones que prometen transformar su prevención, diagnóstico y tratamiento1. Está considerada una enfermedad autoinmune crónica del sistema nervioso central y se ven afectados millones de personas a nivel mundial, especialmente mujeres. Se trata de una enfermedad en la que se daña progresivamente la mielina, una capa protectora que envuelve las fibras nerviosas. Esta sustancia es esencial para asegurar la correcta conducción de los impulsos eléctricos a través del sistema nervioso. Cuando la mielina se deteriora o se pierde, la comunicación entre el cerebro y las diferentes partes del cuerpo se vuelve lenta, irregular o incluso se interrumpe por completo, lo que genera diversos síntomas neurologicos2. Esta desmielinización conlleva una amplia variedad de síntomas, como fatiga, debilidad muscular, alteraciones visuales, dificultades cognitivas y problemas de coordinación, cuya intensidad y duración pueden variar ampliamente entre pacientes.
Años atrás, los tratamientos de la EM se veían enfocados en el manejo de los síntomas y en disminuir la frecuencia y gravedad de las recaídas a través de fármacos inmunomoduladores. Sin embargo, con el paso del tiempo se llegó a la conclusión de que estas terapias no aportaban soluciones a largo plazo para detener la progresión de la enfermedad ni para reparar el daño neurológico ya existente3.
Atherosclerosis, a disease characterized by the hardening and narrowing of the arteries due to the accumulation of fatty plaques, cholesterol and other substances, is one of the main causes of cardiovascular diseases such as myocardial infarction or stroke. For years, its management has been based on lifestyle changes, medication and, in advanced cases, surgical interventions. However, scientific research has driven important innovations that promise to transform its prevention, diagnosis and treatment1. It is considered a chronic autoimmune disease of the central nervous system and millions of people worldwide are affected, especially women. It is a disease in which myelin, a protective layer that surrounds nerve fibers, is progressively damaged. This substance is essential to ensure the correct conduction of electrical impulses through the nervous system. When myelin is impaired or lost, communication between the brain and different parts of the body becomes slow, irregular, or even completely interrupted, leading to various neurological symptoms2. This demyelination leads to a wide variety of symptoms, such as fatigue, muscle weakness, visual disturbances, cognitive difficulties and coordination problems, the intensity and duration of which can vary widely between patients.
Years ago, MS treatments were focused on managing symptoms and reducing the frequency and severity of relapses through immunomodulatory drugs. However, over time, it was concluded that these therapies did not provide long-term solutions to stop the progression of the disease or to repair existing neurological damage3.