La hemorragia posparto (HPP) sigue siendo una de las principales causas de mortalidad materna a nivel mundial, destacando la necesidad de estrategias efectivas para su prevención y tratamiento. Las causas más frecuentes de HPP son la atonía uterina, las alteraciones de la coagulación, complicaciones obstétricas traumáticas y las relacionadas con la retención de coágulos, tejidos y el espectro de la placenta ácreta.
El manejo inicial debe enfocarse en estabilizar a la paciente mediante la reposición rápida de volumen con cristaloides y hemoderivados, junto con el uso precoz de uterotónicos como oxitocina, ergometrina y prostaglandinas. Estas medidas pueden complementarse con la administración de ácido tranexámico, que ha demostrado reducir la mortalidad materna según el estudio WOMAN. La corrección temprana de coagulopatías, especialmente mediante la reposición de fibrinógeno, son fundamentales para controlar el sangrado masivo y mejorar los resultados clínicos.
En casos refractarios, las intervenciones quirúrgicas juegan un papel crucial. Procedimientos como la embolización arterial o una intervención quirúrgica pueden ser necesarios para controlar el sangrado en situaciones graves. Mantener parámetros hemodinámicos y hemostáticos adecuados es esencial para evitar complicaciones adicionales.
La implementación de protocolos basados en evidencia y la capacitación del personal médico son indispensables para optimizar el manejo de la HPP. Además, garantizar recursos suficientes en los sistemas de salud, como acceso a bancos de sangre y tecnologías de diagnóstico rápido, puede reducir de manera significativa la morbimortalidad materna.
En conclusión, un enfoque multidisciplinario e integral, fundamentado en guías actualizadas, es clave para mejorar los desenlaces clínicos en pacientes con HPP y para disminuir su impacto global.
Postpartum hemorrhage (PPH) remains one of the leading causes of maternal mortality worldwide, highlighting the need for effective strategies for its prevention and treatment. The most common causes of PPH are uterine atony, coagulation disorders, traumatic obstetric complications and those related to clot and tissue retention and the spectrum of placenta accreta.
Initial management should focus on stabilizing the patient through rapid volume replacement with crystalloids and blood products, along with the early use of uterotonics such as oxytocin, ergometrine and prostaglandins. These can be complemented with the administration of tranexamic acid, which has been shown to reduce maternal mortality as measured by the WOMAN study. Early correction of coagulopathies, especially through fibrinogen replacement, is essential to control massive bleeding and improve clinical outcomes.
In refractory cases, surgical interventions play a crucial role. Procedures such as arterial embolization or a surgical intervention may be necessary to control bleeding in severe situations. Maintaining adequate hemodynamic and hemostatic parameters is essential to avoid further complications.
Implementation of evidence-based protocols and training of the personal physician are indispensable to optimize the management of PPH. Furthermore, ensuring sufficient resources in health systems, such as access to blood banks and rapid diagnostic technologies, can significantly reduce maternal morbidity and mortality.
In conclusion, a multidisciplinary and comprehensive approach, based on updated guidelines, is key to improving clinical outcomes in patients with PPH and to reducing its overall impact.